Jesús Guzmán Urióstegui
1
No hay por qué soñar.
La noche no es lamento,
sino un canto de grillos.
2
El mar se agota en sí mismo.
Se aprisiona en sus bordes.
Miente con descaro cuando
se pierde en naufragios.
3
En la azul transparencia del día,
el aire colma la ilusión de las aves;
mas con lluvia evoca a los muertos.
4
Serpentea el olor de la tierra mojada
por caminos grises, blancos y pardos.
Sierras y valles dispersos,
caseríos a su puerta llaman.
5
Juega el jaguar con la luna,
descansa en ella la noche sus huesos,
mientras el sol se viste con ropas de carnaval
y se va de fiesta.
6
La sombra cálida de los árboles
cubre el llanto de la tierra;
el sabor fértil del pájaro que trina
entre las ramas la arrulla.
7
Largo es el camino del mundo.
Sangra un cuerpo maduro si duerme solo.
8
El sol devora la luz del tiempo.
Rojo placer el de la muerte;
serpientes de cascabel
le entregan su palabra.
9
Geografía inmaculada
la de la mariposa;
nada en ella hace falta,
ningún espacio le sobra,
tierra, agua, aire y fuego la visten.
10
Del gran hueco del mundo
se desprende el rayo,
fuga de lo inmediato
que se fragua en el árbol.
11
Olvido de la esencia es tu forma.
Nube, luz contenida en un abrazo,
en un beso.
Suenan los caracoles de la alegría.
Después de la lluvia cantan las ranas.
12
Sombra del sol, tu sombra.
Brisa de palmeras, tu sombra.
Breve parpadeo de la memoria,
arena,
no sólo polvo, no sólo grano,
también cristal,
reflejo en el que la verdad tiene su lugar.
13
Atabales de guerrero tienes,
aunque la furia no te toca.
Maíz.
La flor y el fruto como espiga,
la sangre y la estirpe de mi gente.
14
Aquí la piedra. Al sol su ofrenda.
Silencio que se rompe al roce del aura.
15
Tortuga, juega insolente el azar
en tu geometría eterna.
Peregrina eres de ciegos abismos
a quien el tiempo no detiene,
sólo la piedra.
16
Fugitivo remedo del pájaro en su vuelo.
Lluvia.
Trece jícaras sobre la tierra.
Lluvia.
Esencia y forma de la gota,
eco que crepita en el abismo.
17
Resplandor de la noche,
x’cocay,
luciérnaga,
brasa que bulle en la ceiba sagrada,
apenas rumor del ser,
apenas agonía del viento.
18
Debajo del amor no hay nada.
Ni viento. Ni música.
Ni vientre.
Ni lunas que se deshagan en las manos.
Adiós a los lamentos.
Debajo del amor no hay nada.
Sólo tierra quebrada,
de tan seca.
19
Una palabra perdida,
un silencio gastado, infecundo,
es el mejor remedio para vencer
la dura transparencia del agua;
ésa, esa agua que se desprende
de su lejana osadía,
cuando la hiere el rayo.
20
Caminar solo tiene su gracia.
No hay paso que se pierda en recovecos;
no hay prisa por buscar un cuerpo
que ahora es anhelo y mañana olvido;
no hay lágrimas que repitan
un nombre detrás de cualquier lado.
Cierto, caminar solo tiene su gracia,
por más que su única condición posible
sea la de la burla de uno mismo.
21
Vasto color.
El camino se abre a puro golpe de mano.
Está caliente el sol.
No tarda en llegar el colibrí.