Santiago Arau: cronista visual

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Lo importante es ver aquello que resulta invisible para los demás.

Robert Frank

 

Santiago Arau es un cronista visual de la Ciudad de México en tercera dimensión, a todo color y en tiempo real. Cada día está pendiente de lo que sucede en esta ciudad inabarcable -como él la describe-, pero con su drone logra cubrir la mayor distancia y los mejores ángulos posibles. Se le puede encontrar en eventos masivos de toda índole, y en cualquier punto de este mar de concreto. El año pasado participó en la Bienal de Arquitectura de Venecia; luego se estrenó su documental 19 de septiembre, mismo que dirigió junto con Diego Rabasa; aparte de que diversas fotografías suyas aparecieron en varios medios. En suma, es un fotógrafo joven con una carrera en ascenso, cuyo trabajo no ceja de hacerse cada vez más visible.

       Cabe referir que sus fotografías no pasan desapercibidas, sea porque cautivan por su belleza y su fuerza, o porque generan polémica. Esta variedad de opiniones e interpretaciones es lo que enriquece su labor. Los temas que le fascinan son múltiples: la naturaleza (el mar, los volcanes, el bosque, los ríos, el desierto); el ámbito urbano (calles, personajes, edificios, fronteras); y hasta elementos celestes, como la luna. Todos los temas son relevantes y se complementan, intentando establecer el lado interesante de cada situación, de cada objeto.

       En entrevista realizada en su estudio, ubicado en el Centro Histórico en un edificio de fines del siglo XIX, nos habló de las posibilidades de la fotografía, haciendo énfasis en su labor y en su mundo. Sin duda, el lado humano y creativo de Arau está muy ligado a la sensibilidad, para “convertir en algo mágico las situaciones cotidianas”.

El año pasado, varias de tus fotografías generaron polémica al evidenciar la desigualdad entre Los Pinos (ahora convertido en un espacio de cultura) y la zona de barrancas, sita ésta a escasos kilómetros. ¿Cómo defines tu trabajo, cuáles son las ventajas y las desventajas de hacer fotografía aérea?

Me defino como un observador, como un testigo. Un fotógrafo que está intentando descubrir de manera personal muchas cosas. Una persona inquieta, hiperactiva, curiosa, alegre, que le gusta disfrutar las circunstancias. Alguien que por medio de su trabajo logre redescubrir muchas situaciones y muchos lugares. Desde el Centro Histórico he aprendido a ver, a darme un panorama de lo que es la Ciudad de México desde arriba, de poder reinterpretar la ciudad a su manera, de entender por qué se aprende a amar esta ciudad y a la vez odiarla, a partes iguales.

       Vivir en varias partes me llevó a redescubrir la ciudad, explorando lugares que desde niño me llamaron la atención, por ejemplo la imposición de los volcanes y de las montañas que tenemos alrededor de la ciudad: el Cerro del Chiquihuite, la Sierra de Guadalupe, la Sierra de Santa Catarina, el Teutli, el Ajusco, el Iztacíhuatl, el Popocatépetl. En suma, todo lo que me gustaba desde niño adquiere ahora otro valor, y lo estoy entendiendo. Así, estas montañas tienen una razón de ser, y las estoy explorando.

       Por su parte, Tlalpan, Milpa Alta, Tláhuac, Xochimilco, Polanco, San Ángel, Nezahualcóyotl, Ecatepec, Atizapán, nos enseñan que todas las cosas grandes que uno no entiende, pueden abrumarnos, hasta el momento en que uno les empieza a poner orden. Con ello, el caos es más fácil de comprender.

       La Ciudad de México es un abanico de posibilidades, es un abanico de contar diversas cosas que incluyen tanto la gente que la habita, como la geografía que la configura. Es un espacio muy particular, con una historia amplísima en todos sentidos: geológico, social, político, etcétera. Todos estos elementos se conjugan y dan como resultado el hecho de llamarnos chilangos. Es una diversidad riquísima. ¿Qué es ser chilango? Hay que ser chilango para saber qué es ser chilango. Supongo que el hecho de que nos guste el pan, por citar algo, que nos gusten las tortas de tamal y muchas cosas particulares de este lugar. Nos dan coherencia y contenido. No en vano las panaderías tenían en sus cristales las efemérides, y eso, el cambio de los dibujos referentes a la temporada que se festeje, nos muestra que el territorio y la cotidianidad son interesantísimos.

       Comprender el espacio, tratar de tener una armonía en esta ciudad que parece conjugar tanto desorden, que es todo caos, es por sí misma una más de las razones por la que los chilangos la amamos y la odiamos al mismo tiempo. De hecho, recientemente participé en una exposición que trataba sobre eso, el odio y el amor que se le tiene a una cosa. Supongo que eso es lo que nos agarra y nos empuja a seguir aquí, con dos sentimientos opuestos. Y sí, la ciudad sigue en movimiento, y creciendo; no sé si como nos gustaría, pero sigue creciendo.

       Sobre esta base estoy haciendo mi trabajo. Me encuentro en un momento de mi carrera en el cual estoy descubriendo de una manera personal la ciudad, hecho que estoy compartiendo con los demás, enseñando por ende lo que estoy viendo y cómo lo estoy viendo. Mis técnicas, entonces, parten justo de las premisas siguientes: qué voy a contar, para qué lo quiero contar, y en qué momento del día lo quiero hacer.

¿Cómo y en qué momento comenzaste a registrar la ciudad desde arriba, a vista de pájaro?

Antes de los drones, me gustaba subir a la Torre Latino y tomar fotografías; también al World Trade Center. Siempre me han gustado los edificios altos, estar arriba y observar lo que pasa. En los aviones, siempre que viajo pido ventanilla, pues me gusta esa mezcla de sensaciones entre vértigo y la emoción de ver desde arriba. Todo lo que vaya para arriba me gusta. Así comenzó este afán, esta manera de explorar las cosas.

       La fotografía aérea no es una técnica nueva, ya que tiene casi el mismo tiempo de vida desde que se inventó la cámara, por allá de la primera mitad del siglo XIX. La gente volaba en globos con fines científicos. La fotografía se volvió popular porque está al alcance de la gente. Para todo el trabajo que he estado realizando durante los últimos años, en otra época hubiera necesitado contar con un patrocinio, seguramente; en cambio, ahora, justo en el momento en que me parece adecuado, pues salgo a volar. Por eso decidí estar en el centro -es más fácil entender la ciudad partiendo del centro-, donde tiene uno muchas cosas a la mano.

Hace poco realizaste un recorrido por las fronteras Norte y Sur del país, ¿cuál fue el objetivo de estos ejercicios, y qué diferencias, similitudes y percepciones notaste?

Viajé para tomar distancia y ver las percepciones que se tienen, buscando, en la convivencia con otras personas, definir los elementos de historia común que nos unen. Es difícil definir México como país, porque hay diferencias sustanciales entre ciudades como Tijuana o alguna de la península de Yucatán. Lo que nos hace que coincidamos en la historia de la humanidad, es que somos el resultado de culturas prehispánicas: Aridoamérica y Mesoamérica, luego viene una segunda etapa que es la Colonia, misma que da como resultado lo que ahora conocemos como México. ¿Qué compartimos? Compartimos las fronteras, el idioma, la gastronomía, claro, con sus respectivas diferencias. Para mí, ser mexicano lo puedo definir con dos términos que me gustan mucho: ser chingón y ser culero. Son dos palabras mexicanas que tal vez alguien desde afuera no las entiende, pero creo que nos describen a la perfección. Somos las dos cosas a la vez, somos chingones para muchas cosas; y somos culeros los unos con los otros. Siento que este juego de palabras define muy  bien la mexicanidad.

       El trabajo de fotografiar las fronteras lo hice porque estoy realizando un proyecto de fotografía aérea. Gracias a la técnica de trabajar con drones, he podido visualizar las barreras desde otro ángulo poco visto. ¿Cómo se conoce al país a vista de pájaro con drone? Esto me ha permitido realizar un mapeo de lo que quiero ver y lo que quiero contar; reconozco que es muy difícil, porque México es enorme, pero algo se logra.

En 2018 participaste en la Bienal de Venecia, ¿qué proyecto te llevó por allá?

Sí, fue en la Bienal de Arquitectura de Venecia. La idea de este proyecto era mostrar el territorio mexicano desde el aire. Surgió con la interrogante siguiente: ¿qué es el territorio mexicano? Por ello decidí presentar un panorama de lo que México significa para nosotros, describiéndole al extranjero ese significado. No es novedad el decir que tenemos un volcán con una altura de 5,500 m.s.n.m., o que en los alrededores de la Ciudad de México tenemos glaciares a 60 kilómetros en línea recta -que se están extinguiendo, sí, pero de momento ahí siguen-, sin olvidar tampoco que tenemos desiertos y selvas; pero sí resulta trascendente el dar la perspectiva de cómo se ven desde arriba. De alguna manera, pretendía yo cambiar la imagen estereotipada de lugares como el puerto de Acapulco, así como de monumentos como el del Ángel y el de la Revolución; mostrando ahora un mar de concreto con un fondo de una cordillera volcánica.

       Eso es parte de un proyecto de fronteras internas físicas, sociales y culturales. Aún no sé cómo vaya a terminar, porque es enorme. Si te das cuenta, en estos momentos han cambiado los flujos del trabajo de los fotógrafos, pues podemos mostrar en lo inmediato lo que estamos viendo. Ésta es la ventaja que nos ofrece la tecnología: nos permite mostrar rápidamente los procesos, los lugares que uno visita. Lo que sí sé es que este registro que estoy haciendo puede dar mucho, toda vez que lograré dejar un legado histórico que dará testimonio del estado de las cosas que estamos viviendo. En este sentido, mi trabajo no es sólo un trabajo de protesta, ni pretende mostrar únicamente las cosas negativas. En última instancia, la gente decidirá si le gusta o no mi trabajo; en cuanto a mí, ya es bastante satisfactorio el saber si les despertó alguna emoción.

Junto con Diego Rabasa dirigiste el documental 19 de septiembre. En lo personal, me parece impactante, pues contiene imágenes muy fuertes que se contrarrestan con otras que muestran el apoyo solidario. ¿Qué nos dices del proceso de filmación?

No sabía que el registro que realicé iba a terminar en un documental. Voy haciendo registros, ordeno y luego defino para qué sirve. Soy como un pescador, de manera que me voy con mi herramienta y hay días en que tengo buena pesca. Trato de ser imparcial en la mayoría de los casos, para que la gente decida y se forme un criterio. No obstante, este hecho nos ofrece a veces resultados sorprendentes. Por ejemplo, en forma reciente publiqué algunas fotografías que se han hecho virales, en especial la de una retroexcavadora hundiéndose en los terrenos del nuevo aeropuerto. La imagen es muy poderosa, ya que nos traslada a los problemas latentes de semejante construcción, como la cuestión ambiental, en primer lugar, y la corrupción. En México, como país, antes que un nuevo aeropuerto, necesitamos invertir en educación y en salud.

       En el documental hay escenas muy poderosas. Lo padre es que la gente se organizó; pero lo malo es que todo el dinero que se envió como ayuda nunca se supo dónde quedó. En suma, seguimos viendo personas afectadas que todavía viven en las calles, y continuamos con edificios a los que no les llega el momento de la demolición, aunque estén a punto de caerse.

Tu trabajo tiene mucho de diversión, ¿qué es lo que más disfrutas?

Puedo comunicar emociones a través de una imagen. Busco hacer algo coherente que demuestre que me encanta conocer, aprender, ver, estar, tocar y convivir con la gente; es decir, que se haga patente la sensación de haber estado en el lugar, de haber sentido la energía que emanan tanto las personas como los lugares. Así, me gusta sentir el agua tibia, la sensación del desierto, meterme al agua congelada, la brisa de una cascada; en resumen, me gusta todo aquello que despierta mis cinco sentidos. No tengo duda, me siento afortunado de hacer lo que me gusta, y de transmitir esta emoción.

       Entiendo sin embargo que en mi trabajo comparto sentimientos mezclados, ya que hay hechos terribles que no se pueden obviar, como el que refería una señorita en un blog escrito no hace mucho: “Me gustaría caminar sola de noche”. ¿A tanto hemos llegado con el miedo? ¿Acaso es válido vivir sujetos a horarios específicos, por el temor a la inseguridad? Qué terrible que ya no se pueda caminar a la hora en que a uno le place.

Ciudad y naturaleza, ¿qué prefieres?

Me encantan las dos. La ciudad es como una biblioteca gigante. Me encantan los volcanes, poder subirlos, sentirlos, pero también me gusta ir al Museo y que me expliquen lo que estoy viendo, o ir al mar, caminar, nadar y sentir el calor. Además, me encanta contemplar los puentes, los edificios, las calles; observar cómo se mueve la gente, aparte de descubrir todas las posibilidades que da una ciudad. Comprendo por lo mismo que tenemos que aprender historia, leer, viajar y conocer, porque eso nos ayudará a saber cómo funciona cada elemento de la ciudad y del campo, todo como parte de la naturaleza.

Visto desde arriba, ¿qué espacio de la ciudad te ha impactado más?

Yo creo que los cráteres en las montañas. Normalmente no los vemos, no estamos acostumbrados a verlos, sin embargo es impactante ver un hoyo en la tierra. Desde abajo, pareciera que la montaña no tiene nada, que se llega a la cima y ahí termina todo, pero no. Ella nos habla de la geografía de una ciudad, de la historia, de paisajes combinados donde lagos y montañas pueden convertirse en imágenes futuristas: mirar lagos, glaciares, bosques, una mancha gigante de concreto y luego una capa inmensa de una nata de smog, es algo casi inconcebible.

@Santiago_Arau

@santiago.arau
Fotografías: cortesía de Santiago Arau.

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