Anuncios de ocasión

El negocio Colón. De camisas y una grata sorpresa

Caminaba yo por Cinco de Febrero. Era un buen día de junio, mes en el que acudí a ciertas diligencias “laborales” en la Dirección de Secundarias Técnicas del Distrito Federal. No me distingo aquí por ser un meticuloso observador cotidiano, dado que no me gusta la ciudad en su marejada diaria, aunque la vivo sin mayores problemas. En ese andar vi el escrito en un aparador, en llamativa cartulina roja:

Este negocio abre cuando llegamos

y cierra cuando nos vamos.

Si llega y no estamos,

es que no coincidimos.

Lo esperamos.

Eso de los anuncios o letreros tiene su gracia. ¡Y cómo no! Desde los que imposibilitan un trabajo cualquiera a los plenos de confianza, como mi ser, ya que solicitan personas de sexo indistinto o indefinido; o los que van contra los propios intereses de la empresa que pretenden promover, como las de las camionetas de traslado de valores, que dicen:

Empresa Privada de Seguridad,

o aquel otro que era todo un llamado a las exquisiteces de la cuestión laboral, sin importar el error ortográfico en la palabra final, la del obedezca:

Se solicita empleada (o)

aunque no sepa trabajar,

pero que obedesca.

Y resulta que cuando fuimos a tomarle una fotografía a este último, un chamaco de unos nueve o diez años dijo, en tono amenazante, que no se podían tomar fotografías en esas calles de Dios, las concernientes a República de Venezuela rumbo a San Lázaro.

       Ni modo. La ventaja es que el primer letrero sí lo encontramos. Está en la Camisería Colón, calle Cinco de Febrero, número 47-A, a unos pasos del cruce con la ya peatonal Regina.

       Comercial aparte, valió la pena el esfuerzo y la búsqueda, ya que este lugar nos dio todo un acercamiento al gusto y a la filosofía popular, a la ironía y a la diatriba política, al amor y al rejuego de la palabra. Resulta que hay letreros por todos lados, y no sólo camisas; y son espléndidos y placenteros los más.

       Nos atendieron dos empleadas del negocio, con amabilidad y gracia, reconociendo además los afanes del dueño por lograr un ambiente agradable y dicharachero. Con su permiso, Rogelio se puso a fotografiar los cartelones, mientras yo, muy digno, me ponía a reflexionar en las características del local:

Reglas de todo hombre para ser feliz…

1.- Es importante tener una mujer que ayude en la casa, pero que trabaje también.

2.- Es importante que tu mujer te haga reír y que no te dé problemas.

3.- Es importante que tu mujer sea confiable y que no te mienta.

4.- Que a tu mujer le guste estar contigo en cualquier momento.

Y lo más importante, es que estas 4 mujeres no se conozcan entre ellas.

Ahí estábamos, y que sale don Julio, el titular del asunto. Villagrán Ramírez, tales son sus apellidos. La camisería Colón es de abolengo decimonónico, pues se inició hace 120 años, en alguna calle del Centro Histórico. Él la recibió de segunda generación, manteniéndola en funciones por más de medio siglo (52 años).

       Según su testimonio, la camisería original estuvo en 16 de Septiembre y Motolinía; de ahí se pasó a Bolívar 22, luego a otros sitios, hasta llegar a la sede actual hace poco más de tres años. Refiere que los cambios no han sido sólo por gusto, sino obligados por las propias autoridades que les impiden rentar locales grandes. La ganancia política está, pienso entonces, en los cuartos de 2 por 2, ya que son los que deben preferir los bodegueros de la piratería.

       Al inquirirle sobre los textos, señala que su gusto es de larga data, pues inició casi desde su infancia:

Nací en el año 44, hace 73 años. Vivía por Doctor Lavista, número 127, por el   corazón de Indianilla, la de los trenes y los caldos. Nací en una vecindad, y en la calle veía que los camiones materialistas llevaban sus anuncios. Eso me gustaba y empecé a hacerlos. Ya luego que tuve mis tiendas, comencé a ponerlos ahí, para que la gente se enterara y se divirtiera. Tengo de todos, algunos de amor, otros de ironía, y hasta políticos contra nuestros malos gobernantes. Lo bueno es que hemos sido más felices que los gobernantes, ya que comemos y dormimos tranquilos. Aquí están todos mis letreros. Quitamos unos, ponemos otros y así. Ahora ya no hay muchos negocios de tradición, ni siquiera los de los lugares de diversión. Por aquí, uno de los pocos que siguen es el Balalaika, aunque no sé a qué horas cierren. Antes sí, pues los clientes se iban a las tres de la mañana rumbo a los caldos de Indianilla. Como ahí llegaban los trenes, se hacía el ambiente al juntarnos todos. Los calderos hacían el pan nuestro, y el de ellos también.

Pues ya está. He aquí la prueba de los anuncios, letreros, cartelones y perlas de cotidianidad. Vale la pena acercarse al lugar, para que disfrutemos de chistes, anécdotas y sabidurías populares. Ya si conseguimos una camisa al gusto en precio y moda, pues el viaje y la lectura darán doble ganancia.

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