Sellos Futura. Las vueltas del tiempo

Ojos que te ven, aquí estaremos. La Ciudad de México tiene forma, y tiene fondo. Esto último se enmarca en multitud de sucesos ya ordinarios, comunes y cotidianos, ya extraordinarios, capaces de hacer y deshacer cualquier entuerto.

       Lo otro, lo de la forma, tiene que ver con los estilos de vida particulares de múltiples personas, algunas soberbias –en la vanidad-, las más no, pero que se atreven a soñar, a pensar, y actuar. Como dijera el poeta, éstas son las necesarias, a las que se les agradece la entrega y el compromiso. Es el caso, por ejemplo, de Carlos Herrera Hernández, quien lleva cerca de medio siglo de dedicarse a las artes gráficas, a la compra y venta de maquinaria de artículos para imprenta, a la elaboración de sellos, entre otros menesteres. Afanes que, por cierto, ha transmitido a sus hijos, y sigue la mata dando, como dicen los señores y las señoras del pueblo llano.

       He aquí los testimonios de vida: primero de don Carlos, y luego de sus hijos. Los nietos ya marcarán su camino.

Carlos Herrera Hernández

Nací en 1926, el día 21 de mayo. Fuimos seis hermanos, y nos quedamos huérfanos de padre en el año 1930. A partir de ese momento, mi hermano Israel asumió nuestra manutención. Tendría él doce o catorce años, pero no le tuvo miedo a la responsabilidad. Estábamos en la avenida Coyoacán, colonia del Valle, que era una zona de construcciones nuevas. Como teníamos unos tíos profesores que vivían en Mixcoac, para allá nos fuimos. Israel entró a trabajar como repartidor de medicinas, mientras que mi mamá se encargaba de la casa y despachaba un puesto de frutas, verduras y legumbres en el mercado. El terreno de la del Valle no era de nosotros, sino de un general con el que trabajaba mi padre. Aparte de cuidar el lote, mi papá se dedicaba a su oficio de ebanista.

       En Mixcoac, nos metieron a la primaria Valentín Gómez Farías, en la que mi tío era director. Cuando terminé, él mismo me mandó con beca a la Escuela Secundaria 10, ahí en la calle de Campana, rumbo de Peralvillo. Como enseñaban artes y oficios, me metí a las Artes Gráficas. No terminé la escuela, pero lo que aprendí me sirvió para la vida. También me gustaba el comercio, pero ahí lo que hacía era ayudarle a mi hermano mayor, quien estaba en una papelería grande.

       Un día, entré a trabajar a una imprenta, haciendo cosas pequeñas, sin responsabilidad grande. No obstante, un día, que falta un trabajador para la impresión, y que me apunto. Trabajé ya en lo mío como cinco años, de oficial. Sin embargo, como uno de joven piensa que todo es fácil, que dejo este negocio para irme de chofer, aceptando la invitación del novio de una de mis hermanas. No me salí de pronto, pues me di tiempo para enseñarle el oficio a mi hermano Saúl. Manejábamos mi cuñado y yo un camión diesel, y en diez años que estuve ahí llegué por Guerrero, Tamaulipas, Coahuila, Chiapas, Veracruz, San Luis Potosí, más otros lugares, llevando y trayendo frutas y verduras, en específico.

       Cuando dejé los camiones, que me lanzo para Estados Unidos, país en el que estuve dos años, haciendo cosas de jardinería junto con un primo y un sobrino. Después de eso, volví a México, otra vez de chofer, pero en un taxi, el cual manejaba junto con uno de mis hermanos. Me metía por todos lados, sin miedo a nadie, ya sea en Tepito, Jamaica, u otro lugar. No me acuerdo cuánto tiempo estuve así, pero pronto lo combiné y me metí otra vez a las Artes Gráficas, a la imprenta. El negocio estaba en Topacio, colonia Tránsito, pero el dueño se murió, y como sus hijos no quisieron seguir, les compré algo de maquinaria. Luego me establecí en Regina, en el número 17, y pronto me cambié a este local (Regina No. 2-D, Centro Histórico), con una renta cómoda. Para este tiempo, ya contaba yo con mi vivienda en la Unidad Kennedy, la que obtuve gracias al apoyo del sindicato de las Artes Gráficas.

       Después del temblor de 1985, el dueño español ofreció el edificio en venta, de manera que pudimos adquirir este local y un departamento. Por un tiempo, trabajé aquí con mis hermanos, pero con el tiempo se fueron yendo hacia otros menesteres. No me quedé solo, ya que mis dos hijos le entraron al negocio, y al final son ellos los que están al frente. Uno se llama Carlos Gustavo Herrera Rojas, y el otro Marco Antonio, con los mismos apellidos señalados. Ellos van a apoyar a la tercera generación, que es la de mis nietos. Lo de las Artes Gráficas también ha cambiado, y ahora uno de los fuertes es la venta de sellos. En su tiempo, vendíamos hasta maquinaria usada para talleres.

       Los tiempos han cambiado, y no siempre para bien. El zócalo, por ejemplo, es muy bonito, pero menos seguro que antes. Lo admiras, sí, pero ya no estás ahí con confianza, ya no estás seguro de que no te va a pasar nada, como antes. Los tiempos eran otros, esto lo sé bien, pues no en vano tengo ya 91 años. ¡Qué recuerdos! Hasta los espacios se han modificado. No todo era México, como ahora. Estabas en Mixcoac, y decías: “Vamos a México”; estabas en Ixtacalco: “Vamos a México”; estabas en Tlalpan: “Vamos a México”. Y llegabas a México, que no era muy grande. De niño, yo venía en tren, en la ruta de Mixcoac a la Merced. Me subía en el mercado de Mixcoac, que era la estación primera; seguía luego por la avenida Chapultepec, Uruguay, Regina y hasta Jesús María, donde me bajaba. A veces venía con mi hermano, para ayudarle, y en otras con mi mamá, la que me decía que trajera la canasta. Comprábamos semillas, melones, sandía, y muchas cosas más, para lo que me alcanzara con tres pesos. A veces llegaba yo hasta Circunvalación, si era el caso. No me puedo quejar, siempre encontré ayuda en todas las personas. ¡Figúrese!, había un mecapalero que andaba conmigo por aquí y por allá; luego, en una parada del tren me echaba todas las cosas: ¡listo, chato Güero, a la casa! Así me decía. Sí, vaya que el tiempo era otro.

Marco Antonio Herrera Rojas

Yo dejé la escuela por este negocio. Estaba en ingeniería mecánica, pero cuando mi tío se separó de mi papá, preferí venirme aquí, para no dejar solo al jefe. No era nuevo en el oficio, pues lo viví desde niño. Nací en la colonia Moctezuma, hace 55 años. Pero de ahí, nos cambiamos a la Gabriel Ramos Millán, que estaba en construcción. Recuerdo que había un rancho cerca de la casa, al que íbamos por leche. En esos terregales, se distinguía el canal del Río de Churubusco, sin entubar, y hasta criábamos patos y gallinas. Estuvimos allí como dos años, y luego nos fuimos para la Jardín Balbuena, a un departamento que le ofrecieron a mi papá los del sindicato de Artes Gráficas. Era en la Unidad Kennedy, y fue un gran cambio para nosotros, pues teníamos todos los servicios.

       Bueno, al salir de la escuela, enseguida le traíamos la comida a mi papá, que ya estaba en este lugar. Vivíamos en la calle Nicolás León, de ahí nos dirigíamos a Fray Servando Teresa de Mier, para abordar el camión. Nos bajábamos en Bolívar, y a caminar hasta el negocio. Para el regreso, pues seguíamos el camino inverso de la misma ruta. Era bonito venir; mi papá nos ponía a barrer, a recoger cosas, cualquier asunto menor. Después, conforme crecí, ya me ponía a intercalar material, revisar y entregar paquetes por la Merced, ir por tipos de imprenta a la Lagunilla. Nunca me pasó nada, nunca anduve preocupado, y a esto le tomé amor y cariño. A veces, hasta me iba con mi papá, acompañándolo en el taxi, pues también a eso le hacía él. En ese tiempo la gente no protestaba si ibas en el carro, y a veces hasta le dejaban algunos centavos a mi papá, para que me comprara algún dulce.

       Por eso aprendí de todo esto, sellos, imprenta y demás cosas de éstas. Pese al cambio de vida en México, yo no imagino mi vejez fuera de este negocio. Me gusta, lo amo y no hay nada más. Ojalá así sea.

Carlos Gustavo Herrera Rojas

Tengo 57 años. Nací en la colonia Moctezuma, rumbo en el que vivía mi abuela. De niño viví en la Jardín Balbuena, que era un buen lugar. Nos juntábamos con otros niños para jugar a la víbora de la mar, encantados, brincar la cuerda, el avión, futbol y hasta el frontón, aprovechando la pared alta de un Centro de Salud. La calle era nuestro parque de diversiones, sin coches que nos estorbaran, pero sí con un poli que nos cuidaba, pues era como policía del barrio.

       En ese tiempo mi papá tenía la imprenta y andaba en un taxi. De repente lo acompañaba, pero a veces tenía que agacharme para que no me vieran. Ya con la gente arriba, él les explicaba y terminaban por aceptar. Me ponía junto al taxímetro, un aparato cuadrado que sonaba mucho.

       Recuerdo que pensaba yo que el trabajo de imprenta era curioso, y por eso no me pesaba venirme aquí durante el tiempo de las vacaciones. ¿Trabajar? Dizque, porque en realidad nos la pasábamos jugando en la iglesia de enfrente, con otros vecinos.

       Ya un poco más grandes, a mi hermano y a mí nos ponían a limpiar las máquinas y los tipos, y luego comenzamos con precios, trámites en el banco, facturas, tratos con los clientes. Fue cuando ya podíamos venir a diario, trayendo la comida desde la Unidad Kennedy. Era muy seguro. Vivíamos en ese rumbo porque ahí le dieron un espacio a mi papá, por parte del sindicato de las Artes Gráficas.

       Me vine a trabajar de tiempo completo en 1984, debido a que me casé. Tenía yo 23 años, y no podía dejar a mi familia a la deriva. Estudié, es cierto, pero nunca concluí ni mi licenciatura en Derecho, ni mis estudios de Informática. Aquélla porque no me gustó; y ésta por el matrimonio. Ahí vi los cambios de la vida. De niño todo es fácil, no tienes preocupaciones, comes de todo y cualquier cosa. Después ya no.

       Mi mayor gusto aquí es el conocer gente. Vengan por curiosidad, vengan por negocios. Procura uno que se sientan como en su casa. Algunos empiezan aquí como clientes, y terminan como amigos, y hasta compadres. ¿Mi disgusto más grande? Ocurrió un día en que se accidentó mi papá con una máquina. Le aplastó las falanges, y eso me dio mucho coraje, pero la verdad no me acuerdo ni del año.

       Estar aquí sigue siendo motivo de satisfacción, aunque reconozco que el negocio ha bajado bastante, sobre todo a partir de la factura digital y electrónica. No nos ha quedado de otra, sino de tratar de revertir la situación con anuncios hasta por internet, Mercado Libre y otras páginas. Hemos tenido buena aceptación. Si nosotros no procuramos variar nuestra oferta, este asunto de las artes gráficas manuales terminará por desaparecer, ya que hasta las invitaciones las hacen ahora por computadora. Son pocos los que continúan con el ánimo del trabajo artesanal. Que ahora son los sellos los que movemos más, ni modo, a entrarle igual con gusto y emoción.

       Lo cierto es que un artículo gráfico hecho en la computadora no se compara, por ejemplo, ni con la impresión en tinta por el tipo movible, y mucho menos con el de la serigrafía, la litografía y muchas más. No obstante, si no cambias te quedas en la raya. A veces, cuando nos entra el desánimo, pensamos que sería bueno cambiar el giro, ya sea café, comida u otra cosa para los paseantes. O también podemos pensar en irnos a provincia. En provincia puede que este negocio tenga un poco más de vida. Pero eso quizá ya le tocará definirlo a la tercera generación de este local, la que conforman mi sobrino y mi hijo.

Sellos Futura
Calle Regina número 2-D,
Centro Histórico, Ciudad de México.

www.sellosfutura.com

f @sellosfutura

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