UN OFICIO, UNA VIDA: MARTHA CASASOLA SERRANO

He aquí esta historia de vida, para que no perdamos el optimismo. Nuestra cotidianidad ofrece múltiples vocaciones, gustos, pactos, actividades y anhelos, aparte de uno que otro sinsabor; pero esto último no importa, mientras se mantenga una maravillosa capacidad de sorpresa ante ella. Gracias Martha, por compartir tus emociones y afanes con estos sujetos que conformamos el presente proyecto cultural. Venga pues el testimonio.

El apellido Casasola es famoso. Se habla mucho de los fotógrafos de esa ascendencia, así como de un luchador. De los primeros no sé nada de que tuvieran relación con mi familia paterna, pero del segundo sí, pariente que provenía del rumbo de Zumpango, Estado de México. Así lo decía y lo afirmaba mi papá, quien tenía voz cierta pues también era de por allá.

       En cambio, mi mamá era de Puebla, de un lugar conocido como Los Reyes de Juárez. Reconozco que nos gustaban los pueblos de ambos, pero siempre nos inclinamos más a las costumbres de donde provenía nuestra madre. No sé, como que lo sentíamos más de nosotros, más cercano al gusto que teníamos por la vida.

       Mis hermanos y yo somos legítimos de este barrio del mercado de La Merced, pues aquí se conocieron mis padres y aquí se quedaron. Éstos tienen una historia común, aunque algo chistosa. Según parece, se vieron en una vecindad de aquí cerca de la calle General Anaya, donde llegó a vivir mi mamá con toda su familia. Como mi papá trabajaba en una cacahuatería que estaba justo enfrente de ese sitio, pues él la vio apenas al llegar. El local era de los Tirado, negociantes que provenían de la misma querencia de mi padre.

       Mi mamá llegó a este lugar por causa de mi abuelo. Él cosechaba y compraba varios productos en su pueblo de origen. Entonces, cuando completaba su carga, se venía para acá, a vender cebolla, cilantro y otras verduras y hierbas. Poco a poco empezó a traer a su familia, primero con alguien como compañía y ayuda, y ya después para establecerse. Unos se pusieron a ayudar en el negocio, y otros empezaron a ir a la escuela. Mi mamá se quedó en segundo de primaria, ya que luego se metió a trabajar con el abuelo. Digo que ahí fue cuando conoció a mi futuro papá, ya que ella hacía las ventas en los mercados ambulantes de Roldán, Jesús María, Uruguay y demás calles.

       No fue cuestión de ruego largo. Se conocieron, se hicieron novios y se casaron. Ella con trece años, él con veintidós. Ella sin experiencia, y él ya con el gusto por las mujeres; sin embargo con mi mamá dobló todo, no sólo las manitas. Tuvieron diez hijos, siendo yo la sexta. Quedamos cinco hermanos, y los otros ya se murieron.

       Presumo yo que nací junto con este mercado de La Merced, pues soy de enero de 1958, mientras que los locales de aquí se inauguraron el 23 de septiembre de 1957. No se trata del mercado viejo, del antiguo, que existía junto al convento de la Merced en la calle de Uruguay, donde ahora están los chiles secos. Hablo del otro, del nuevo.

       Cuando levantaron los locales, hicieron también un censo de todos los vendedores ambulantes que andaban por las calles que le digo. Les dieron un número a todos los interesados, y después vino el sorteo, la rifa. Tal local número tal para fulano, tal local número tal para zutano, tal local número tal para mengano. Así todos. A mi mamá le tocó este mismo, donde ahora estoy, mientras que a mi abuelito le tocó otro, el cual ahora es de una de mis hermanas. Es curioso, pero esta hermana es la única de nosotros que hizo una carrera universitaria, titulándose como psicóloga educativa. ¡Mire nada más, que siendo profesionista, también terminó en el comercio!

       El local de mi mamá inició con el ajo, y así se sostuvo algún tiempo, pero después empezó a decaer la venta y ella tuvo que buscar otros giros, hasta que terminamos con la fruta. Mi papá le ayudaba en algo, aunque no mucho, debido a que prefería andar de diablero –del cacahuate pasó a los diablitos-, ya que decía que era lo mejor y más seguro toda vez que se ganaba su dinero sin riesgo ni pérdida. Como no invertía nada en ese trabajo, todo era pura entrada. Los diableros son honestos en su mayoría, aunque no faltan los tramposos, que ni duran por aquí.

       Con el tiempo surgió la oportunidad de que él tuviera un puesto al lado de mi mamá, y ella no dejó que se perdiera semejante oportunidad. Así fueron creciendo en lo económico y nos mantuvieron sin problemas, hasta en la escuela. Ninguno de los hermanos podemos quejarnos al respecto, ya que tuvimos muchas oportunidades de estudio. Sin embargo, únicamente una de mis hermanas llegó a profesionista: la psicóloga educativa que ya le mencioné. Trabajó en ello mucho tiempo, hasta que dejó ese mundo para volver al comercio, también aquí en La Merced, ocupando el puesto que era del abuelo. De los demás hermanos, uno iba para químico, otro para dentista, alguien más para ingeniería, sin faltar lo de contaduría, pero no terminaron por quién sabe qué razón.

       Por mi parte, preferí el mercado pues casi no me gustaba ir a la escuela. No obstante sí hice mi primaria en la República de Líbano, que está en Cruces y Mesones; la secundaria en la número 76, de Taller y Clavigero; y Bachilleres en el plantel cuatro, el de Culhuacán, donde hice los tres años pero quedé debiendo la materia de Biología.

       Después de eso ya me radiqué en el mercado, donde llevo trabajando poco más de cuarenta años. Claro que no estoy arrepentida, porque mi negocio me ha dado para comer durante todos esos años, y sin sobresaltos mayores, aunque sí con algunos sustos pues no faltan los accidentes, en especial determinada inundación o bien los incendios por las sobrecargas en los cables. Estoy aquí de sol a sol, es verdad, no obstante también me he dado mañas para el disfrute y las salidas. ¿De qué otra manera hubiera gozado de Cancún, Oaxaca, Guadalajara, Zacatecas, Veracruz, Tabasco, Chiapas y muchos otros sitios?

       No falta quien me diga que con estudios universitarios podía haber llegado más lejos, quizá hasta Europa como varios de mis primos y uno que otro sobrino, pero yo argumento lo mío: no le pido nada a nadie y fue decisión personal el dejar la escuela. No era de mi gusto, y se acabó. En cambio, aquí todo está bien. Si volviera a nacer, volvería a dedicarme a este comercio, aunque ahora sí, quizá me atrevería a buscar otra actividad para darme ocupación en mis pocos tiempos libres. ¿Qué tal la de diseñadora de ropa? Pienso en eso porque me gusta lo diferente, me gusta el cambio y eso lo plasmo hasta en las piñatas que vendo. Si las ve, enseguida notará que tienen más gracias que las otras, provengan de cualquier parte que sea: San Miguel Xotongo, San Rafael, Tlalmanalco, San Vicente Chicoloapan, por decir varios.

       Con humildad, puedo decir que el gusto está en nosotros, y eso es algo que se aprende con el tiempo y según te vaya en la vida. Por mi parte no me quejo, ya que desde niña estuve en una familia que me rodeó de alegrías. Quizá mis papás no sabían mucho de la escuela, pero sí sabían estar contentos y pendientes de nosotros, sin dejar que hiciéramos nuestra santa voluntad. Creo yo que la única pena que recibí de ellos ocurrió el día en que cumplieron cincuenta años de casados, ya que mi mamá se enojó con nosotros pues no quería ningún tipo de festejo. Salió ese día y no estuvo con sus hijos, pero mi papá sí. Ella murió en el año 2000, y él en el 2010. Fueron buenos conmigo, y creo que con mis hermanos también. Nunca me regañaron en forma exagerada, ni cuando dejé la escuela o anduve de noviera. ¡Si hasta le decían a mi papá que yo iba a ser la primera en casarme! Ya ve, no ocurrió así y hasta me quedé soltera, aunque disfrutando de la vida, eso que ni qué.

       Si hago un recuerdo de mi vida, puedo decir que la ciudad ha cambiado mucho, con construcciones modernas que nos roban no sólo espacio, sino también agua y árboles. También hemos perdido muchos barrios tradicionales, además del respeto hacia los demás. No miento aquí. Antes no había tanta delincuencia a plena luz; antes hasta los borrachos y los marihuanos eran más reservados, menos ofensivos. En cambio, ahora ya se perdió la cordura y el honor, y el amor y el cariño ni se diga.

       En la política pasa algo semejante. A la historia se demuestra. Se dice que en los últimos cien años, el mejor presidente de México ha sido el general Lázaro Cárdenas, y no sólo por lo del petróleo, sino también por las escuelas, los apoyos a los campesinos, a los obreros. Después de Cárdenas, ahí le sigue Adolfo López Mateos y ya, hasta este año de 2019 en que nos volvió a surgir la esperanza con López Obrador, a quien le debemos exigir un cambio grande para que meta en cintura a todos los falsos, que son muchos, y que los padecemos hasta en el mercado.

       Fíjese si esto es cierto o no. El mercado se nos quemó hace como siete años, debido a un corto circuito. Muchos locales se afectaron, en especial los de las puertas 30 a la 18, pero hasta el momento no se han terminado de arreglar y ahí continúan, a la espera de una decisión de los políticos. Si nos atuviéramos a ellos, ni fiesta haríamos el 24 de septiembre.   

       Voy a terminar esta plática con los datos siguientes: cuando nos metieron a estos locales, al principio estábamos divididos por producto, como en áreas especiales: los de chiles secos, los de verduras, los de frutas, y así. Ahora ya no, y por eso estamos revueltos. La verdad, no sé qué sea mejor al respecto, porque para mí, la vendimia se da según trate uno a las personas. Si tratas bien a alguien, siempre te seguirá y ahí sí, a mayor variedad, mayor venta. De esto viene la clientela y los marchantes. Por ejemplo, cuando las bodegas estaban por aquí mismo, donde ahora están los almacenes, yo compraba con los mejores; cuando se fueron a la Central de Abastos, allá me mantuve y sigo con ellos a la fecha.

       A lo mejor la revoltura y la estrechez son consecuencia del propio deterioro del mercado. Yo anhelo que nos lo arreglen por fin, que nos lo arreglen como estaba en las décadas de los 1960 y los 1970, o que por lo menos le pusieran servicios de luz, agua y drenaje de calidad, que resultaran buenos y aguantadores. Es claro que a partir de los temblores de 1985 para acá, todo se empezó a deteriorar de manera acelerada, y ni nosotros como locatarios ni las autoridades hemos hecho algo al respecto.