Por Leomar
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Hace años -se cuenta-, aparecía los domingos por la Casa de los Azulejos un tipo gordito, con cara de simpático. Eso no era lo que llamaba la atención, sino que iba vestido con objetos: una pala de cocina hacía las veces de corbata;, unos resortes o peines; de sombrero, un escurridor; unos bigotes postizos en forma de cuchara, o lo que estuviera a la mano. En ocasiones especiales, se vestía con la banda presidencial. Cuando estaba aburrido hacía un performance en la azotea de alguna casa, en la calle o donde se encontrara. Se apropiaba de lo que veía y lo reinterpretaba. Se adueñaba de las nubes, de las líneas que dibujan los aviones y se convertía en luchador, Supermán, Blue Demon o en “El Mago Loco”.
Entre la realidad y la ficción, Melquiades Herrera (1949-2003) se ha convertido en una especie de mito, si nos acercamos a analizar la historia reciente del arte contemporáneo en México. Su presencia dentro del panorama del Performance es, como el propio Melquiades solía decir, el del “arte-acción”. Esta unión es la que, al parecer, permeaba su arte y su vida, al mismo tiempo. Un artista en vivo las 24 horas. Una vida permanente sumergida en el arte.
Las referencias más claras de su proceso creativo, están vinculadas a dos áreas en donde se desenvolvió de manera principal, la docencia dentro de la Escuela Nacional de San Carlos y en la Facultad de Artes y Diseño del INBA. Conocemos algunos de sus métodos poco ortodoxos y sus prácticas rigurosas a través de sus alumnos.
Escena 1. Escuela Nacional de Artes Plásticas, Ciudad de México. Primera clase de dibujo del semestre. Alumnos escépticos y con flojera. Llega el maestro. En silencio, se para frente a todos y dice: “El tema de hoy es: la línea”. Saca un marcador negro, lo posa en el pizarrón, y comienza a trazar cuidadosamente hacia su izquierda una línea recta horizontal. Llega al borde del pizarrón y lo salta. Sigue trazando sobre los ladrillos del muro. A los alumnos no les parece realmente extraño, sino hasta que traza sobre la puerta, y sale del salón. Ellos esperan 10, 20, 30 minutos. El maestro no regresa. Una comisión espontánea sale a buscarlo. Sigue el cordel de tinta por los muros de los salones, las oficinas administrativas, las plantas, la reja amarilla que delimita el plantel. “La” línea sale por la puerta y continúa por las paredes exteriores de la escuela y por los edificios adyacentes, hasta llegar a la parada del microbús. Aparentemente, la línea siguió su recorrido hasta perderse en la pared móvil, ahora ausente, del transporte público.
Escena 2. Escuela Nacional de Artes Plásticas. Segunda clase de dibujo. Alumnos aún escépticos y con flojera, pero intrigados. Llega el maestro por el lado derecho del salón, trazando en la pared una línea paralela al suelo. Por fin, llega al pizarrón y conecta la línea con su lugar de origen. Ante la mirada atónita de los alumnos, el maestro voltea y les dice de frente: “Ahora veremos: el punto”.
El otro vínculo se desarrolla dentro del Colectivo NO-GRUPO (junto con Maris Bustamante, Rubén Valencia y Alfredo Núñez), alrededor de un incipiente mundo del arte, en donde convergen amigos y conocidos (algunos cercanos, otros por casualidad del azar) quienes cuentan diversos testimonios del mismo. Pero ser un “rara avis” o un ser “original” en este medio, implica palabras cuidadosas que no siempre van de la mano con lo que se pretende ser, Melquiades no pretendía ninguna de estas etiquetas, su presencia ya de por sí llamativa desde el principio de su carrera, era más que suficiente para otorgarle esa cualidad de “auténtico”, hoy buscada con desesperación por las nuevas generaciones de artistas.
Su figura algunas veces lo podría emparentar con un personaje marginal parecido al Ignatius Reilly de La conjura de los necios, (Melquiades era maestro de geometría, al igual que el protagonista de esta novela), en otras podría ser un Oliver Hardy delirante y lleno de comicidad, tal vez un Sancho Panza adiposo e ingenuo, reunidos todos en una sola persona.
Algunos testimonios nos hacen ver a un personaje lleno de matices, complejo y a veces contradictorio en su personalidad. “Lo conocí de cerca porque era amigo de un cuate, él lo asesoraba en su tesis de Maestría, compartieron mesa en muchas ocasiones y recorrieron las calles del Centro Histórico. Era genial Mel. Recuerda El Calacas. Se trepaban a las azoteas para platicar un rato, echarse un churro o alcohol, contemplar la ciudad desde las alturas; de ahí surgieron varias fotografías escondidas entre álbumes, muchas anécdotas. Una que queda en el recuerdo: Está Mel con su capa de Supermán y máscara de Blue Demon interviniendo el cielo. Acaba de pasar un avión y con el rastro que deja, Mel dibuja una línea al infinito con su dedo índice, se la apropia, hace juegos de la cotidianidad personificados en él.” -Eso comenta Nabor-.
Carlos Martínez Rentería, Director de Generación, una de las revistas contraculturales más importantes durante algunas décadas en el país, evoca su experiencia con Melquiades: “Conocer a Melquiades Herrera ha sido uno de los actos de magia más intensos de mi vida. No sólo por su provocadora presencia física, su vestimenta estrambótica y su mirada extraviada, sino también por el contraste con su sencillez, su lucidez y generosidad a toda prueba. Fue tan genial que disfrutaba su equivocación con la misma emoción que su certeza. El momento más entrañable de nuestra amistad fue cuando aceptó realizar un performance para la revista Generación justo en su cantina preferida: El Nivel, a un costado del Palacio Nacional. Sacó de su maletín los objetos más kitch de su repertorio y con su despiadado sentido del humor, descontextualizó toda referencia convencional, para jugar con los referentes de lo popular y su refinada comprensión teórica del arte.”
“Melquiades en cada paso halló una trama, bocetó conceptos, descubrió unidades múltiples, y nos permitió contemplar en su andar por el camino del arte actual la consistencia de la inconsistencia y el goce psíquico de los objetos. A menudo tropezaba con los comics de Los Agachados, Memin pingüín y Roy Lichtenstein para caer sobre las teorías de Hermelinda Duchamp y Kalimán Bretón.” Apunta el artista César Martínez.
Al igual que otras figuras casi perdidas en el tiempo como Marcos Kurtycz, Pola Weiss, Antonio Salazar, Adolfo Patiño, etc., han surgido recientemente diversos proyectos que buscan rescatar la memoria y las aportaciones de una generación única en su tiempo.
Veo el retrato del artista (una fotografía de Melquiades muy solemne en la parte frontal, viste camisa blanca, gorro de marinero) en una pequeña biografía; me imagino, me pregunto, ¿qué pasaría si se pudieran encontrar en las papelerías donde venden estas impresiones con fines didácticos, como la de Miguel Hidalgo, Benito Juárez y otros personajes históricos, figuras iguales a las que él realizó durante algún tiempo? Y pienso que tal vez el Centro Histórico de la Ciudad de México aún nos puede dar sorpresas.