Sí, el Arte, que vive en la misma calle que la Vida,
aunque en un sitio diferente, el Arte que alivia la
vida sin aliviar el vivir, que es tan monótono como
la vida misma, pero sólo en un sitio diferente.
Bernardo Soares, Libro del desasosiego.
Museo, de Alonso Ruizpalacios y con las actuaciones de Gael García Bernal y Leonardo Ortizgris, es un filme basado en el robo de piezas arqueológicas que ocurrió en el Museo Nacional de Antropología en la Nochebuena de 1985. Semejante suceso generó mucha confusión en la vida nacional, tal como se plasma en la película, dando pie a la especulación incluso dentro de las propias instituciones abocadas al caso.
En su momento se manejaron varias hipótesis. Una de ellas era la de que se trataba de un posible distractor, para que el presidente en turno no tuviera problemas por el cambio económico al neoliberalismo, que ése sí era un tema espinoso. No faltó tampoco quien pensara, por supuesto, que todo se debía a un contubernio entre los ladrones y los vigilantes, ansiosos todos ellos de hacerse millonarios con la venta de los objetos en cuestión.
Curiosamente, el asunto se resolvió como cuatro años después, ya con Salinas de Gortari como encargado del Ejecutivo. Durante las pesquisas, las autoridades detuvieron a varios mexicanos y a diversos extranjeros en calidad de cómplices, entre ellos a una vedette que respondía al nombre de Princesa Yamal. Respecto a las piezas, se recuperaron casi todas, pues no se habían vendido en ningún lado, pese a su valor artístico y cultural. De los dos ladrones principales, únicamente atraparon a uno, mientras que del otro no se sabe aún si lo localizaron o no, aunque lo tenían bien identificado.
Sin duda, la recuperación de las piezas dio motivo para nuevas conjeturas en torno al gobierno. ¿Se trataba de otro distractor, para evitar preguntas incómodas sobre cuestiones de política interna como lo era el caso del líder petrolero Joaquín Hernández Galicia, alias La Quina?
En lo que corresponde a la obra motivo de estas palabras, cabe decir que no se mete en honduras y ofrece una trama sencilla, despolitizada y sin lenguaje retórico ni recovecos filosóficos o morales. Así, centra la historia en los “motivos simples” de dos sujetos comunes y corrientes, dueños de una idea que les permitiera un juego diferente en la vida, haciendo prevalecer sus filias y sus fobias de habitantes de un país tercermundista, en vías de desarrollo y corrupto como pocos, tropicalizado, eso sí. Quijotes y Sanchos modernos –valga la comparación-, el robo los involucra en una vorágine en lo absoluto fasta, toda vez que les hace comprender que su momento de mayor reconocimiento tendrá que ver con su propia caída. No hay redención posible, entonces: el anonimato y el olvido, por un lado; la cárcel y la gloria efímera -pero gloria al fin-, por el otro.