Malinalli González Dávila y Alberto González Pérez
Espacios zurcidos. Con este título, pretendemos compartir una nueva mirada hacia aquellos espacios con los cuales nos identificamos, ya sea porque nos evocan algún recuerdo agradable o quizá una desilusión: un primer beso, una confesión, un rompimiento amoroso. Cotidianos o no, son muchos los lugares que nos permiten contar un sin fin de historias, tanto individuales como colectivas.
En esta ocasión haremos una introspección teórica hacia algo que nos mueve en el ámbito de lo académico: la experiencia de apropiación de un recinto cultural como lo es el museo, haciendo énfasis en el papel que debe jugar ahí la mediación pedagógica cultural. Sin duda, el arte cumple una función relevante en la creación de espacios y experiencias estéticas, toda vez que posibilita reeducar y resignificar la percepción, la experiencia y el goce de los interesados, motivándolos para interactuar de una manera diferente con las obras y los contenidos.
Al respecto, Sánchez (2010, p. 21) afirma lo siguiente:
La dimensión estética nos conduce al reconocimiento del valor de la percepción, del darse cuenta sobre las impresiones recibidas, sean gozosas o no, procedan éstas del arte, de la naturaleza o de las propias emociones. Hablamos entonces de la experiencia estética como resultado de la impregnación total del ser, de su grado de asimilación de lo sensitivo, de su compromiso espiritual con lo que ve, lo que escucha, lo que siente y lo que vive. En este sentido subrayamos el respeto por la receptividad estética individual, la que atañe a cada persona y a su mundo propio. De ahí las diferentes valoraciones que el espectador puede hacer del hecho artístico, pues es inevitable que en sus observaciones personales comprometa sus propias experiencias vitales. Además, la experiencia estética pone en juego la imaginación y recoge la disposición, el orden, la medida, elementos compositivos de un todo cargado de expresividad y sentido para el sujeto que percibe la belleza.
Sobre esta base, es la mediación pedagógica la que nos permite impulsar un diálogo único con las obras y los espacios, lo que a su vez crea en el observador otras maneras de ver el mundo y de apreciar el entorno, enriqueciendo todas las dimensiones de lo humano, conformando incluso un auto patrimonio que lo dota de identidad, tal como sugiere Wenger (2001, p. 260): “Visto como una experiencia de identidad, el aprendizaje supone tanto un proceso como un lugar. Supone un proceso de transformación de conocimientos además de un contexto en el que definir una identidad de participación.”
De acuerdo con lo anterior, el espectador encuentra una correspondencia entre él mismo y su cultura, participando en forma dinámica en ésta a partir del arte. Así, un proceso esencialmente comunicativo desencadenaría una fuerte presencia de valores culturales, encaminados hacia la sustentabilidad de los espacios, lo que a su vez comprendería una libertad para apropiarse del contexto. De hecho, esta propuesta es la base para hablar de una educación patrimonial, de acuerdo a lo que sugiere Sánchez (2010, p. 31), quien nos dice que en la cultura “son ingredientes básicos tanto las tradiciones como las rupturas, las costumbres como las novedades, puesto que la atmósfera cultural se construye diariamente en la interrelación constante de todos los elementos que configuran el espacio social”.
Queda claro, entonces, que cuando se integra uno a determinada comunidad educativa, compartimos con ella nuestros conocimientos previos, lo que a su vez genera una nueva riqueza mediante la interrelación de experiencias. De esta forma, al apropiarnos de más valores y hábitos culturales, día con día gestamos otra visión del mundo, en donde la experiencia estética nos ayuda siempre para adquirir una sensibilidad particular en torno de la realidad, lo cual impacta en la manera en que nos apropiamos de determinados espacios. Es aquí donde tiene que incidir la Pedagogía, la cual debe guiar al ser humano en la formación de aprendizajes significativos.
En suma, considerar que la experiencia es uno de los pilares de la educación, constituye una de las mejores alternativas para lograr un proceso formativo amplio y enriquecedor. Conviene resaltar que una experiencia estética puede ser definida como un encuentro y un reencuentro con el mundo, situación en la que la Pedagogía tendría que apostar, por ende, en la formación de actitudes vitales para los seres humanos; actitudes en donde el caminar, leer, conocer, aprender y descubrir lo que nos rodea, va mucho más allá de los contenidos de un currículum.
En conclusión, consideramos que la experiencia estética debe ser un proceso que acompañe a los seres humanos en toda su trayectoria de vida, tanto académica como personal, ya que a partir de ella se puede pensar en el porvenir desde el desafío de lo nuevo, desde la incertidumbre como una forma de desarrollar la curiosidad y el criterio propio. Además, les permitiría reafirmar que la apropiación de espacios –entre ellos la de un museo-, es una alternativa fundamental para la construcción de conocimientos. En este caso, no olvidemos que muchos contenidos que se encuentran en un espacio institucional, no están vinculados en lo absoluto con su contexto social.
Por esta razón, los museos requieren de renovaciones constantes, donde se les incorporen los acontecimientos actuales y la tecnología, hasta lograr espacios que puedan ser habitados y abordados desde diferentes disciplinas, artistas y públicos. No olvidemos por lo tanto que el enriquecimiento de los aprendizajes formales, el desarrollo de habilidades y el goce estético, no tienen por qué conformar entes aislados, ni considerarse como independientes entre sí.
Referencias bibliográficas