La niña mártir y la mujer verdugo. Crónica de un caso de sensación II de III

II de III

 

Varias certezas había en agosto, y dos de ellas eran muy claras y celebradas: 1) el general Mejía no intercedió por la Bejarano, y ni modo, quedaba sin protección de altos vuelos; 2) robaron la casa de la hiena, dejándola sin bienes y hasta sin ropa. No obstante, faltaba lo principal, que era el declararla culpable y hacerle pagar el crimen, sin importar el hecho de que aun el máximo castigo fuese poco para tan grande crimen. El teatro ya estaba dado, faltaba la representación final y la conclusión. La Voz de México había especulado en estos términos desde el sábado 20 de julio de 1878:

El jurado será muy concurrido, supuesta la indignación que el crimen ha causado en la sociedad. Una verdugo y una víctima. La víctima era una niña que ha sucumbido, después de crueles sufrimientos; la verdugo una mujer que con su corazón de fiera, se ha hecho indigna de su sexo. Grandes trabajos tendrá el defensor para atenuar siquiera los tremendos cargos que formulará el inteligente promotor Sr. Lic. Monroy. Ya veremos si en el jurado no se comete una injusticia.

Mientras el público estaba a la espera del juicio, en especial las damas de sociedad, otra fémina prometía un caso más de sensación, pero éste sí de los buenos, de los que dan orgullo. Juana Alemán ascendería al éter, a los aires magníficos en los que Joaquín de la Cantolla y Rico también hacía sus alardes. Por supuesto, los motivos de la señorita no eran científicos, al parecer, sino mera prueba de valentía y de fortuna económica. Cantolla no. Él invertía su dinero y su globo Vulcano, para cumplir con sus observaciones aéreas, las que enviaba ya al observatorio mexicano, ya al de París, con cuyos investigadores tenía contacto, decía. Por disposición de don Porfirio Díaz, la ascensión prometida no se realizó el domingo 4, pero sí el 11, con notable éxito según el redactor del diario El Siglo Diez y Nueve, edición del lunes 12 de agosto del año referido.

       Por esos días del 5 al 8 del mes, ya circulaba un impreso en la capital con el retrato de la Bejarano, y en cuyo texto se daban los pormenores del crimen, señalando a la mujer como pantera cruel e inhumana, merecedora de sufrir tanto la justicia del mundo como la divina. En opinión de La Patria, fecha del sábado 10 de agosto, el problema del retrato a que se alude es que no tenía ningún parecido con la acusada, muy diferente y sin nada que ver con el que ellos publicaban este mismo día, junto con una descripción de la casa del crimen y algunos otros datos generales proporcionados por la propia reo a Vicente Morales.

       Sabemos así que la Martínez tenía alrededor de 30 años, que era viuda del comandante de escuadrón Macario Bejarano, y que contaba con un hijo de quince años, el cual al parecer estaba enrolado en el Batallón de Zapadores. Dieron con ella previa denuncia de una de sus vecinas de la casa número 1 y medio de la calle Corazón de Jesús. De acuerdo con uno de los redactores de La Patria, este lugar era lamentable, triste, sin lujos, y al parecer ya saqueado por los ladrones.

       En la entrevista con Vicente Morales, efectuada días antes, la reo comentó que la prensa se ensañaba con ella, que la acusaban sin darle oportunidad de réplica, y que por lo mismo no valía la pena seguirle el juego. Sembrada ya su culpabilidad ante el vulgo, no le quedaba más que desear la pena última, la máxima y, en esos momentos, la mejor: “El peor castigo sería mi absolución. ¿A dónde iría a ocultar mi vergüenza? Mi nombre no es un nombre, sino un padrón de infamia … más vale morir. …” (La Patria, sábado 10 de agosto de 1878, p. 1-2.)

       Añadió la Bejarano que el asunto estaba tan torcido, que no faltaba el rumor de que la niña Casimira Juárez era su hija, fruto de una supuesta relación prohibida con el presidente Benito Juárez, en su tiempo; sobre esa base, los celos eran la causa inmediata del maltrato. ¡Vaya ocurrencia!

       La Patria vendió toda su producción del día 10, edición que constó de cinco mil ejemplares. A petición pública, el 11 repitió todo lo del caso en cuestión -retrato incluido-, añadiendo otros detalles en la sección “Sucesos del día”. Destacó aquí que la plebe había atacado un carro de la inspección, tras suponer que en él iba la acusada, cuando en realidad se trataba del reo criminal Garnica.

       Por supuesto que no faltó el rumor de que, ante una causa perdida, los abogados defensores aducirían el recurso de locura, tesis que alcanzaría consenso entre aquellos que -inocentes-, pensaban que sólo así se podía explicar la saña que se implementó contra la niña mártir.

       Como sea, lo virulento de cierto sector de la prensa provocó también respuestas encontradas en la sociedad, ya que no faltaron las voces a favor de la acusada: que era víctima y no verdugo; que eran exageraciones periodísticas y que la señora no tardaría en demostrarlo, de acuerdo a las memorias que escribía en prisión, las que de entrada ya eran muy esperadas.

       Aprovechando el revuelo que provocó La Patria con su nota, Bejarano y sus abogados mandaron un remitido al Monitor Republicano, con fecha del 12 de agosto de 1878, el cual salió en la edición inmediata, la del 13 de ese mes. Ahí, tras alabar la independencia de este diario, la acusada lamenta los juicios de los periodistas de La Patria, así como el cariz de sensación que el vulgo le daba a su caso, donde incluso circulaban retratos que ella no había proporcionado, aunque reconoce que el del periódico a que se refiere sí era original. Su queja le lleva a cuestionar los métodos de trabajo de Vicente Morales y su acompañante, toda vez que se apoderaron y le dieron uso a cartas y fotografías que nada tenían que ver con lo público, sino que eran confidenciales.

       En un tono dramático, pide por ende que no se le condene de antemano y que la sociedad espere la decisión de los jueces. No rechaza lo sucedido, pero sí asegura que los motivos que se le achacan no son ciertos:

Escribo dentro de un calabozo, y su lobreguez, lo terrible de su aspecto, la privación de mi libertad, los ruidos siniestros de la prisión y el espantoso griterío que levanta una sociedad que me abomina como la mayor y más odiosa delincuente, han conturbado mi espíritu, me agobian a tal extremo, que pierdo la fuerza de mi voluntad, que sufro de una manera imponderable y que casi ofuscan mi inteligencia a tal grado, que a veces hasta dudo si realmente habré cometido el espantoso delito de que se me acusa.

       Yo tuve una niña a mi cargo, creí que era mi obligación corregirla para formar de ella una mujer útil por medio de la educación; y si no acerté en los castigos que con derecho le aplicaba, si circunstancias independientes de mi voluntad y sólo resultantes de su constitución física, determinaron un mal, no me siento culpable, pues protesto delante de Dios que jamás pude prever las consecuencias de la corrección; pero protesto también con la verdad que saldrá de mis labios en mi última hora, que nunca tuve intención de dañar a esa desventurada niña, sino simplemente de corregirla.

       Se dice que yo la atormentaba, que yo la quemaba, que yo la martirizaba. ¡Mentira infame! ….

Por razones obvias, los redactores de La Patria contestaron de inmediato a la acusada, no para entrar en polémica con ella, pero sí para informar al público y a sus colegas respecto a su actuar. Aducen primero que no allanaron morada alguna, pues no era ni casa honrada ni entraron por la fuerza; luego, que se entrometen porque se trata de un asunto público, y tienen la obligación de informar sobre él; después, que no aventuraron juicio alguno, sino únicamente levantaron la voz del vulgo. En suma, como el caso era de interés, su labor periodística los obligaba a visitar a la reo, para mantener al pueblo al pendiente.

       Pese a sus declaraciones, los redactores de La Patria sí que trataron los hechos con una subjetividad notoria, ya que también la tomaron contra el abogado defensor, el licenciado Luis G. de la Sierra. “Según es la urraca, así es el copete”. Si este abogado fue el principal combatiente de patriotas ante las cortes marciales, no era extraño que saliera en defensa de la mujer verdugo, traidora ésta a la sociedad mexicana en particular, y a la humanidad en general. Eso comentaron el 14 de agosto.

       Para el 15, ya se sabía que el jurado no se establecería rápido, debido a que el defensor levantó varios actos diligenciales en pro de la Bejarano. No obstante, también se decía que sufría por la falta de ayuda, toda vez que nadie más quería entrarle al caso. Ello abría el camino a los defensores de oficio, por supuesto, como los licenciados Prieto y Arroyo de Anda, promovidos ambos por El Foro.

       Según este mismo periódico, el licenciado Sierra promovía sobre todo dos cuestiones: que la sesión de justicia tuviera lugar en el Palacio de Justicia, y no en otro local por más amplio que estuviera; y que la acusada no se presentara en el jurado, para evitar la ira popular contra su cliente.

       Para mediados de mes, tanto El Siglo Diez y Nueve, como La Patria sostenían su fallo condenatorio contra la Bejarano, en tanto La Libertad, la República y el Foro preferían no atizarle al caso, mientras que el único que sostenía su postura defensora era el Monitor Republicano. No respondían por la inocencia, pero tampoco reconocían la culpa. Que los jurados decidieran.

       El caso se presentaba para el espectáculo, y no faltaron las notas en este sentido. El Eco Hispanoamericano, el Federalista, la Colonia y algunos más comenzaron la fiesta: que si la Martínez se suicidó en prisión, al tomar un potente veneno; que si Joaquín Alcalde había aceptado la defensa de la reo; que el teatro Principal abriría sus puertas para un drama sin igual, con actores de primer nivel: “La mujer verdugo” o “La niña mártir”; que se estaba haciendo una suscripción para erigir un pequeño monumento en el cementerio, en honor de la víctima, para que la tumba no se borrara de la memoria del pueblo; entre otras noticias.

       Lo único cierto es que la obra teatral sí se escribió, pero ni fue de Manuel Estrada y Cordero, Juan A. Mateos u otro literato de méritos, ni quiso participar en ella artista consagrado alguno, como Josefa García. Es más, ni siquiera llegó a representarse por esos días, ya que los abogados defensores promovieron un recurso en contra, aparte de que exigieron que se retirara un cartel alusivo sito en Plateros, toda vez que daba pie a la injuria, la difamación y la calumnia. Como decían en el Monitor Republicano, estos tres elementos se podían aprovechar en la defensa, ya que, al ser punibles en sí, daban motivos inmediatos para lograr el amparo de la ley. En este sentido, se podía cometer alguno de ellos de múltiples formas: de palabra, manuscrito, impreso, grabado, fotografía, dibujo, pintura, escultura, representación dramática y hasta con señas.

       El día domingo 18, La Patria volvió a publicar el retrato de la Bejarano, más el texto de Vicente Morales y algunos agregados, entre ellos el facsímil de la firma de la señora, así como la propia carta de la reo publicada por el Monitor Republicano. Lo hizo sobre el supuesto de que lo exigía la opinión pública, aunque aclaró en nota aparte que ya no volvería a hablar de semejante asunto, sino hasta que se celebrara el jurado dicho. Fue borrego -como se decía-, ya que aunque no habló a detalle, sí continuó en el tema, pues comenzó a publicitar la aparición por entregas de la novela escrita por José Negrete: La Niña Mártir y la Mujer Verdugo (páginas de una causa célebre).

       Ese mismo 18, Chávarri (Juvenal) trató de centrar a todos, criticando el comportamiento de los periodistas en el caso. Dijo por ello en El Monitor Republicano, en su “Charla de los domingos”:

A propósito de la Bejarano, hablemos formalmente. Ya esto es demasiado: la prensa, el anónimo, la novela, los poetas de barrio, la escena misma, se conjuran para llenar de sombras las páginas de una causa cuyos pormenores se ignoran, para predisponer a los jurados en contra de una mujer que será tan criminal como se quiera; pero que, mientras la justicia no haya pronunciado acerca de sus delitos su solemne fallo, debe sólo llamarse presunta reo. No somos ni queremos ser defensores de la que ha atormentado a una pobre niña; mas al ver la ira, el encarnizamiento, las injurias, las calumnias mismas con que se persigue a esa mujer, nos ponemos del lado de la prensa sensata, para decir a nuestros colegas que no es ésa su misión.

       La Bejarano es culpable. Está bien; pero un pueblo en todas ocasiones debe manifestarse digno de su cultura; escarnecer, insultar, befar a una mujer, y a una mujer que ya está bajo la acción de la ley, llenarla de dicterios en el momento en que sufre el castigo de su falta, de su enorme falta, es ser tan crueles como ella misma se mostró con su tierna víctima.

Al parecer el llamado de Juvenal surtió efecto, pues la mayoría de la prensa se manifestó dispuesta a no volver a encender los ánimos de los lectores, centrando ahora la atención únicamente en el asunto de la obra teatral y la novela de Negrete. Aunque algunos aseguraban que se denunciarían ambas, los editores de La Patria manifestaron a sus suscriptores que no habría mayor inconveniente en el tema que les interesaba, la novela, pues la edición ya estaba asegurada. Obviamente, no dejaron de hacer hincapié en el hecho de que se trataba de un texto magnífico, bien escrito, y que daría mucho de qué hablar. Exageraron, ya que esta obra de Negrete es bastante llana, como se leerá en el apartado III, a publicarse en el siguiente número de Correo Mayor.

       Por su parte, la obra “La mujer verdugo o la niña mártir” se denunció ante el Ayuntamiento el 23 de este mes, sometiéndose al jurado el martes 27. El autor era el joven Benjamín Diez de Bonilla, en tanto Francisco Hernández y Hernández y Juan A. Mateos se encargaron de la defensa. De inmediato, Mateos pidió la incompetencia del juicio, ya que no se tenía ahí el texto denunciado. Los autores de la demanda fueron el extrovertido Arroyo de Anda, Luis G. de la Sierra y el joven e inexperto Bernardo Durán.

       La sesión estaba programada para las once de la mañana, pero no se reunieron todos sino hasta las nueve y media de la noche. A las doce se presentó la resolución final. “El jurado no teniendo materia que resolver, se disuelve”. En efecto, como no se había presentado la obra, no podía haber denuncia. No era legal la previa censura.

       Tras este triunfo, Manuel Estrada pretendió seguir con el montaje de la pieza, sólo que ahora en el Nacional, no ya en el Principal. La fecha propuesta era la del 1 de septiembre inmediato, de manera que los abonados podían estar contentos. O se les devolvía su dinero, o se iban al Nacional. El problema sería entonces para los empresarios del Principal, ya que no se sabía cómo ni quién les pagaría lo invertido en el culebrón. Podrían ser los regidores, por aceptar la queja y prohibir la representación, pero nunca el autor, ya que a él le tocaba por fin gozar de salud y pesetas.

       Y si no les pagaba nadie, pues a conformarse y apechugar; que tuvieran fe, aunque no con la suerte de Juana, en versión de La Patria del domingo 25 de agosto:

Variedades

Postrada Juana de hinojos,

rogaba a San Saturnino,

con lágrimas en los ojos,

que odiase su esposo el vino.

       Y con tal fe lo pidió,

que el santo estuvo indulgente,

pues el vino aborreció

y hoy sólo toma aguardiente.

Para nuestros lectores, en el siguiente capítulo veremos la suerte, destino y azar de la obra, de la novela, y de la propia Martínez de Bejarano, de acuerdo al jurado que se celebró hasta febrero del año inmediato, el de 1879.

       La espera sería ansiosa, aunque no faltaron los distractores para la población, como la cuestión sanitaria de la capital debida a los miasmas, las pestilencias, las inundaciones y el desaseo en general. Mucho se ganaría con la construcción del Gran Canal de Desagüe -opinaban-, sin embargo éste seguía brillando por su ausencia, con promesas, estudios, análisis y pequeñas medidas inmediatas, faltando la labor tenaz, continua y verdaderamente efectiva. Tanto era así, que, el 31 de agosto de 1878, La Patria definió siete grandes plagas para la ciudad de México, cual más peligrosa y verdadera representante de la incapacidad local para alcanzar el progreso: los bandidos, la policía, las leyes, los jugadores, los tahúres, los aguaceros y los miembros del Ayuntamiento.

       ¿En qué estribaba el mal? No se sabe a bien, porque había educación entre los hombres de gobierno; conocimiento, ni se diga, pues varios de los médicos e ingenieros que estaban dentro del sistema, gozaban de fama hasta internacional, como Liceaga, Peón Contreras, Río de la Loza -entre los facultativos-, y Francisco de Garay, entre los segundos. ¿Acaso tenía razón el viudo a que aludió el 18 de agosto el Monitor Republicano, y convenía que todo hombre de política se casara tres veces para alcanzar plena conciencia respecto a su labor? Según dicho sujeto, la primera mujer curaba el romanticismo; la segunda, enseñaba a ser humilde; mientras que la tercera convertía al hombre en filósofo. ¡Ni hablar! ¡Debe ser buen remedio, y excelente método!

       Otro motivo de distracción fue el que representó Jesús Arriaga, bandido que obedecía al sobrenombre de Chucho el Roto, mismo que a veces asolaba por San Cosme, en ocasiones por los caminos de Puebla, y a veces hasta en Veracruz, sin olvidar que también en León tenía algunos secuaces. Era ladrón fino -se decía-, pues le encantaba robar en las casas sin que lo sintieran.

 

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