Un día de lluvia

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Conversamos con Julio Godefroy, un joven cineasta asentado en el Centro Histórico. Nos congrega un “pretexto” singular: hablar del cúmulo de historias personales contenidas en Un día de lluvia, cortometraje que obedece a los afanes de este creador en cuestión.

En esta obra descubrimos un juego potente de emociones: un hombre y una mujer se encuentran en la entrada de un edificio, donde intentan protegerse de una tormenta. Inician con una conversación casual y terminan en una plática íntima, que gira en muchos vericuetos: desconfianza, tristeza, alegría, desconcierto. ¿Qué referencias usaste para plantear y resolver una cuestión existencial latente, un problema ontológico?

—–Te cuento cómo se dio. Poco después de conocer a Alicia Zárate, le pedí que hiciéramos una adaptación cinematográfica de Un día de lluvia, texto suyo que en esos momentos ya tenía tres puestas en escena teatral. Accedió, lo cual me dio mucho gusto ya que tiene una capacidad inmensa para crear personajes profundos a partir de diálogos. Ella es actriz y también ha dirigido, por lo que no tenía yo mayor inconveniente para darle cauce a mis inquietudes de trabajar con actores, aunque mi formación fuera más bien la de documentalista.

       A diferencia de lo que ocurre en el cine convencional, nuestra apuesta consistió en trabajar por medio del diálogo. Como no hay acciones ya que la cámara está fija en todo momento, la narrativa es lenta y no tan digerible para el espectador; mas esto no implica que no le guste, o que no le permita formarse una serie de impresiones y sensaciones. No sabría decir si la parte existencialista está implícita o explícita, ya que se origina a partir de una plática muy ambigua que inicia con comentarios sobre el clima. A partir de aquí, los dos personajes (Alejandra y Julio) van develando su conformidad, su dolor de vida, sus anhelos, sus otredades, en fin, sus periplos como migrantes reales –en el caso de la mujer-, y emocionales –asunto del hombre-.

       En algunos momentos el diálogo deviene en monólogos, pues jugamos con la idea de un efecto de espejo en el cual cada uno de los personajes pareciera hablar consigo mismo, para tratar de darse una respuesta en lo particular con base en las palabras de su contraparte. ¿Ayudaría eso en su proceso de sanación? Quizá sí, tal vez no, pero lo interesante es que se le dan muchas opciones al espectador para que pueda reflexionar sobre el tema. Es, en efecto, una cuestión abiertamente muy existencialista.

       Cabe decir que el cartel lo diseñó un amigo de nombre José Daniel, quien es diseñador gráfico. Se inspiró en este caso en la película The killing of a sacred deer, de Yorgos Lanthimos.

¿Esta historia se cuenta a partir de una situación o una circunstancia real, vivida en lo propio?

—–Sin duda. De hecho, mientras Alicia escribía el texto, estuvo en contacto con una persona argentina que respondía al nombre de Julio. Aparte, comenta que su mamá tenía pensado ponerle Alejandra, lo que finalmente no ocurrió. Ahí está el origen de los nombres de los personajes a interpretar.

       Por si fuera poco, en lo personal me identifico mucho con la historia que contamos, aunque su lectura ha sido distinta en cada proceso de mi vida. Así, pasó de ser una película entrañable y tierna, a una nostálgica, por lo que fue y lo que me hubiera gustado que sucediera con mi ex compañera sentimental. No en vano, ella influyó en la selección del lugar de la escena, en la música, en la presencia de múltiples objetos como el caracol, el cigarro, el chocolate, sin olvidar su aporte en la revisión emotiva del material.

¿Se trata de tu primera producción?

—–Ya había trabajado en tres cortometrajes, pero en forma amateur, como si se tratara de una búsqueda y una reafirmación de lo que había aprendido en la escuela o leyendo libros. Más bien, estaba yo en el camino del documental, hasta que me entró una especie de necesidad creativa que desembocaría en esta ficción.

       A conciencia, ésta es la primera película que hago. ¿Qué la define? La define el reto de que saliera lo mejor posible, que se realizara con la más alta calidad. Fue como un intercambio de experiencias entre Alicia y yo, ella como actriz y yo como gente de cine, de manera que ha sido un proceso complementario y de retroalimentación. Se juntaron muchas experiencias: de vida, género, cine, teatro, actores. Hablando de esto último, Luis Domingo González (Julio) ha hecho mucho teatro y ha trabajado en diversas series, mientras que Carmen Mastache (Alejandra) es una actriz muy talentosa, involucrada en múltiples proyectos, además de que da clases y escribe.

       Semejante trabajo ya está de gira por algunos festivales del mundo, entre ellos en Italia y en la India, y esperamos que se sumen otros en lo inmediato. Respecto a los documentales –que se pueden ver en mi canal de vimeo: juliogodefroy-, destaco dos. El primero sería El rudo, que versa sobre la lucha libre. Al principio, hay un personaje que escucha heavy metal, lee cómics y le gusta el manga. No obstante, en un momento de su vida decide hacer una película de luchadores, evento para el cual anima a uno de sus amigos. Sobre esa base, ambos se preparan tan en serio, que terminan enganchándose con el oficio hasta dejar de lado el filme.

       El segundo documental se titula El mariachi chamula. Es la historia de Percy, un sujeto que desde pequeño abandonó su pueblo chiapaneco, con el propósito de buscar una mejor vida. En ese viaje pasó por diversos quehaceres (cómico, trapecista, etcétera), hasta que se dio cuenta de que la música era su verdadera pasión; a partir de este descubrimiento, se dedicó a ella con afán por espacio de medio siglo, cincuenta años de su vida, después de los cuales piensa ya en el retiro. A través de la palabra, Percy nos lleva a una época en la cual el mariachi ejecutaba la música más popular, con una plaza Garibaldi como escenario magnífico y gozoso.

¿Qué es Raval?

—–Es un laboratorio de cine y televisión. Surgió en el 2018 con dos socios: Benjamín y yo. Nuestra premisa consiste en hacer las cosas con lo que se tiene a la mano, ya que tenemos la firme creencia de que la colaboración y el intercambio permitirán que el cine independiente llegue a la audiencia adecuada. Podría decir que hacemos cine de manera autogestiva del centro hacia la periferia, lo que implica el hecho de que pensamos y nos movemos fuera de la caja. Raval viene del árabe rabad, palabra que define una formación urbana, espontánea y extramuros.

¿Qué proyectos tienes a corto plazo?

—–De momento estamos terminando la edición de un documental que se llama Chingados, referente a la masculinidad tóxica. Es la historia de cuatro albañiles que están inmiscuidos en el asesinato de un travesti, por lo que no sólo hay una escena de crimen, sino también circunstancias de violación entre hombres y abusos de poder. Al respecto, tenemos influencias muy claras de cineastas mexicanos de los años 1970, como Jaime Humberto Hermosillo, Felipe Cazals, Jorge Fons y Arturo Ripstein; así como de escritores como Vicente Leñero, Trino Maldonado, Octavio Paz y Armando Ramírez.

       A la par, justo hace poco intenté un trabajo documental sobre las camas, en el que intentaba responder a preguntas básicas: ¿qué sucede alrededor de ellas? ¿Qué importancia tienen en el nacimiento de las personas, en la primera experiencia sexual, en el convivio de parejas en general, en los sueños, en la enfermedad, en la muerte? La idea era filmarlo en Vietnam, Camboya, Tailandia e Indonesia, pero a la hora de aterrizarlo surgieron complicaciones por distintas cuestiones. No percibimos las cosas de la misma manera. Ya veremos en qué muta este proyecto.

¿Sobrevives y te mantienes del cine?

—–Con mis propias producciones, todavía no. Para hacer lo que me gusta, aún tengo que colaborar en proyectos más grandes que los míos, o dar clases. Sin embargo me mantengo en el camino.

Contacto: Raval Cine.

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