Filiberto García
Hay coincidencias gratas. Nos conocimos en una pinta, como parte de un proyecto en la colonia Doctores. Mi labor era la de gestionar los muros y armar el proyecto Radiográfico, dizque porque queríamos determinar ahí las pulsaciones de dicha colonia. Uno de los invitados fue Ashes, con su Crew Dealers and Vandals. Llegó con sus amigos, su esposa e hija, con quienes pintaba en ese tiempo. También arribó con nosotros Karas Urbanas, artista de plática larga y divertida. Por la tarde, sonaron un par de balazos y casi todos los muros quedaron a medio pintar, pues nos echamos a correr. La excepción la marcó Karas, el cual se hizo acompañar por un amigo. Su obra quedó completa, salvo detalles mínimos.
Después de eso, nos perdimos la pista por un rato. Un amigo en común nos trajo de regreso. Resulta que le había dado la vuelta a la República Mexicana con un proyecto de vida nómada, hasta llegar otra vez a la capital nacional donde instaló su Taller Ensamble, calle República de Cuba número 41, colonia Centro Histórico. A la fecha, desde ahí él y varios de sus amigos imparten talleres, desarrollan su obra y organizan fiestas, con las artes gráficas como fondo, que no pretexto.
Karas Urbanas se define como un artista interdisciplinario, ya que su labor abarca varias áreas: diseño, arquitectura, esténcil, carpintería, y muchas otras que ha ido descubriendo y perfeccionando a lo largo de su carrera.
Platicamos con él en su taller, sobre sus inicios en el mundo del esténcil, así como de los giros que le ha dado la vida. Esto es lo que nos comentó:
Me introduje al mundo del arte urbano a los diecinueve años, justo cuando comencé la carrera de arquitectura. Un amigo intentaba hacer algunas cosas con serigrafía, y me mostró un esténcil, enseñándome su funcionamiento. Sin duda, resultó revelador el descubrir que se podía representar una imagen de una manera muy fácil. Fue algo novedoso, aunque no tan desconocido, ya que yo hacía grafiti desde los trece años, supuestamente. Estaba en la secundaria, y por la tarde nos reuníamos los amigos para intentar alguna pinta con una lata de aerosol, la que comprábamos mediante cooperación.
Después de algún tiempo entré al Colegio de Ciencias y Humanidades (CCH-UNAM), pero ahí no tuve relación alguna con la pintura y el grafiti; sí me gustaban las artes plásticas, pero no llegué a desarrollar nada con relación a esta disciplina. Fue en la universidad donde en realidad comencé a explorarla, lo que sigo haciendo hasta la fecha. Por lo mismo, siempre considero que fue a los diecinueve años de edad cuando realicé mi primera plantilla. Estaba en primer semestre, ¡imagínate! De eso ya han pasado once años, pero en ese tiempo no estaba el boom de lo que ahora llaman arte urbano, o la cuestión del esténcil. De hecho, ni siquiera nos pasaba por la cabeza que se podía vivir de esto. En cuanto descubrí cómo podía reproducir otras imágenes a través de fotos, fue cuando me di cuenta de que me gustaba.
Con la llegada del internet, me di a la tarea de buscar qué artistas estaban trabajando la técnica del grafiti. Descubrí entonces que había artistas de otros países que estaban ya en otro nivel, entre ellos Shepard Fairey, Banksy, y más. Además, gracias a los libros de arte urbano europeo me documenté en cuestiones de técnica, colores, tamaños, texturas. A la par, me iba a los talleres de serigrafía de mi colonia, donde pedía que me hicieran una imagen para determinada playera, poniendo atención al tipo de programas que utilizaban. Ya en mi casa, descargaba la información y la aprovechaba. Así fue como me introduje al esténcil.
Los primeros trabajos que realicé fueron básicos: una foto, blanco y negro, recortarla y pintarla. Después de cuatro o cinco años de estar realizando esténcil, todavía me sentía limitado, pero decidí explorar otras cuestiones. De esta forma comencé a trabajar manualmente y, a partir de ello, empecé a realizar dibujos sin la obligatoriedad de tener una plantilla. Fue un proceso de muchos años, originado por las necesidades y, claro, requirió de mucha práctica.
Respecto a las pintas que llevé a cabo en Nezahualcóyotl, pareciera que desde un principio estaban planteadas ahí, cuando en realidad sucedió al revés. En lo personal, era significativo pintar en mi colonia, hacer algo por mi familia y mis vecinos, pues era una manera de mostrar que se podía trabajar en forma diferente, impulsándolos por ende a que cambiaran la idea que tenían sobre el grafiti, el cual era mal visto. Sobre esta base, y después de varios años de mostrar mi trabajo en diversos lugares, decidí realizar algunos murales en mi colonia. A partir de ese momento comenzó mi relación con los jóvenes que estaban haciendo grafiti en la zona, de manera que todos aportamos algo para mejorar el lugar donde vivíamos.
En semejante proceso colaborativo han estado presentes muchas personas, pues no hay una búsqueda del protagonismo personal. La exploración del grafiti me ha llevado a trabajar con alfareros, fotógrafos, videastas, grabadores, diseñadores, expertos en cuestiones digitales, etcétera. Hubo un momento en el cual trabajé en el No Colectivo; y más tarde, hace varios años, fundamos Esténcil México. Así, por medio de estos proyectos hemos tenido la oportunidad de conocer mucha gente, trátese de las pintas o de mis colaboraciones con Adrián Aguirre (Pulpaman); con el maestro Claudio Jerónimo, en Oaxaca; con Érika, de Contenedor, realizando un taller de cerámica; con Daniel, quien tiene un taller de corte lasser; con Zamer, el cual se dedica a la cuestión de la gráfica; con Federico Gama, del que utilicé sus fotografías y las trasladé a la parte gráfica del esténcil. Enfatizo aquí que me gusta la parte colaborativa de la pinta de muros, ya que es muy dinámica; desde el principio obedece a la mera improvisación, sin que nadie sepa exactamente lo que se va a hacer. Me gusta eso, lo disfruto. En cambio, cuando ya sé lo que tengo que hacer, todo cuadradito y todo bien, no resulta tan placentero debido a que sólo reproduzco algo. Y en eso queda. ¡Con la improvisación es diferente!
Sobre la cuestión del viajero, sucede mucho en el proceso de exploración, debido a que buscamos, inventamos, improvisamos. Viajar para pintar, aprender, conocer, ha sido parte de la experiencia. Por ejemplo, nos instalamos un año en Oaxaca y aprendimos muchas cosas, no sólo del oficio sino también de la vida, entre ellas tomar mezcal. Fue como pagarme la universidad, sólo que iba incluida la renta, la comida, los materiales y las herramientas de trabajo, ¡el viaje completo! Posteriormente, ya en Guanajuato, obtuvimos varias experiencias, aunque algunas no tan gratas respecto al trabajo. No obstante, de todo se aprende, y es ahí donde se reafirma la postura que uno tiene sobre su obra. Al respecto, acompañado en muchas ocasiones por Alma –mi pareja-, he pintado y compartido experiencias en por lo menos quince estados del país, en puntos como Nezahualcóyotl, Ciudad de México, Ciudad del Carmen, Cancún, Mérida, Oaxaca, Guanajuato, Querétaro, Ciudad Juárez, Guadalajara. Por su parte, en el extranjero he pintado en Barcelona, Atenas, París y Valencia, por citar algunos lugares. Quizá determinados murales ya no existen, toda vez que este arte tiende a ser efímero, pero siempre quedan huellas o registros de semejantes manifestaciones.
Después de un lapso de puro ir y venir, determiné hacer nueva base en la Ciudad de México, y aquí estoy. Como ocurre con muchos acontecimientos, no fue algo que haya planeado durante mucho tiempo. Eso de viajar estaba padre, pero se incrementaron varias limitantes, en específico la que tiene que ver con la cuestión económica, y ni modo. Había decidido no volver a estos lares y mírame, acá estoy otra vez. La ciudad tiene muchas cualidades, pero a mí me deprime. Para permanecer en ella, me puse a buscar algo que me mantuviera a flote. La primera idea fue conseguir un espacio para hacer mis proyectos, para instalar mi taller con la herramienta necesaria que me permitiera trabajar a gusto. El azar me permitió encontrar una bodega en la colonia Algarín. En efecto, un día, salí, iba caminando y vi un letrero que decía “Se renta”. Entré, vi el lugar y se me hizo increíble.
Más tarde, hablé con varios amigos para invitarlos a que se sumaran al proyecto; con algunos ya había trabajado, y con otros quería trabajar. Fue a raíz de eso que se creó el Taller Ensamble. Quienes laboran de fijo son Adrián Aguirre (de Pulpa Diseño), Zamer, Orquídea Cinco Vocales, Estilo Mexicano, Producciones Carretoneras, Nicolás (que hace documentales urbanos), Abdías (en carpintería), ON Arquitectura Contemporánea y Artcage (quien busca proyectar artistas contemporáneos). Con el tiempo se han sumado otros amigos que han impartido talleres o que vienen a dar pláticas, sin faltar los que sólo buscan un espacio para trabajar. Recientemente abrimos la Galería Planta Baja en nuestras nuevas instalaciones en la calle República de Cuba número 41, colonia Centro Histórico; es muy estimulante ver cómo crece el proyecto y que muchas personas se sigan sumando. Estamos seguros de que esta calle se convertirá en un corredor de arte en poco tiempo, hay varios edificios abandonados que pronto van a comenzar a recuperarlos, como el Teatro Lírico, por ejemplo. En suma, tenemos la convicción de que, alejado y más allá de las instituciones, este taller es una aportación a la ciudad, toda vez que se trata de un espacio digno que fomenta el desarrollo de proyectos libres, autónomos ante cualquier circunstancia gubernamental.
Taller Ensamble
República de Cuba número 41, col. Centro Histórico, Ciudad de México.